(Esta sección es una ventana a la forma en que me organizo y pienso destinada al equipo que me acompaña en un determinado momento, no porque me parezca singular o digno de atención alguna, sino porque resulta a veces más sencillo tirar del hilo hacia la fuente para entender algunas prácticas y decisiones.)
Tal vez esto ayude a entender algunas decisiones pasadas y futuras.
Creo que quien apuesta su vida o patrimonio personal en constituir una entidad económica independiente de cualquier tipo, desde puesto de churros en la calle a enlatadora de aceitunas, es quien tiene que decidir sus motivos. Bastante sacrificio supone cualquier “parto productivo” como para que le venga a uno impuesto su destino.
Dicho lo cual tienen que aceptarse los límites legales y éticos del contexto social. Sobran ejemplos de atajos por encima de ambos, casi siempre originados en una banalización del motivo final.
En mi caso ha habido siempre tres motivos detrás de la “emprendeduría”, el tercero de los cuales no he percibido adecuadamente hasta años recientes, por haberse refugiado en el inconsciente:
Libertad, o necesidad de ser dueño de mi destino. Haber trabajado para cinco o seis personas o entidades ajenas en mi vida solo me sirvió para descubrir que un espíritu tremendamente inquieto (¡o disperso!) no puede nunca dar el 100% de sí mismo a una sola causa, de no ser la propia.
Ambición. Algo que suele asociarse a codicia o ansia de acumulación de riqueza (sobre todo en la juventud temprana), pero que termina estando muy por encima de ello. La perspectiva de dejar una impronta en el mundo va de la mano de la satisfacción del ego y, con todo lo pernicioso que resultan, no puedo evitar recitar a Benjamin Franklin: ¿cuánto menos habría progresado la humanidad sin la desmesurada autoestima de innumerables inventores, creadores, estadistas o empresarios?
El acto de creación (desde la nada) como algo inherentemente valioso y tremendamente gratificante. El alumbramiento de una marca, una experiencia, un producto, una comunidad de personas... entiendo que vinculados a la búsqueda de eternidad que supongo que viene preconfigurada en el ADN humano.
Se me ocurre también que falta aclarar la naturaleza de mi apuesta. En mis primeras aventuras más recientes fue sin duda una apuesta de mi vida personal, tiempo libre y, cuando llegó, vida en familia. Pasar tres días fuera de casa cada semana o trabajar domingos y tardes completas durante cinco años, sin cobrar salario durante los dos primeros y pasando al mínimo posible los tres siguientes, no es algo que fácilmente encuentre compensación en términos materiales por bien que se resuelva la aventura.
Con el tiempo he aprendido a hacer una apuesta de muy diferente naturaleza sin disminuir un ápice mi implicación. Sencillamente, ésta no circula ya en sentido diametralmente opuesto a mi vida familiar - quiero creer que gracias a las eficiencias obtenidas con la experiencia, y no a un sacrificio de oportunidades.

